María Jesús Álava Reyes: «Podemos evitar las discusiones; ceder no es perder»

En la sección de psicología de ‘La brújula’ hablamos de cómo lograr el difícil equilibro entre dialogar, argumentar, ceder, no ceder e intentar alcanzar acuerdos razonables.

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¿Cómo actuar cuando termina una relación?

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Cada día hay más separaciones en la tercera edad. Pueden ser el comienzo de una liberación, o la causa de un sufrimiento profundo. María Jesús Álava Reyes reflexiona en La brújula sobre ello

El arte de discutir bien en la pareja, en cuatro principios que no debes olvidar. Colaboración de Montse Montaño para El Confidencial


El arte de discutir bien en la pareja, en cuatro principios que no debes olvidar. Colaboración de Montse Montaño para El Confidencial
Las relaciones interpersonales en general, y de pareja en particular, son apasionantes. Son fuente de mucho bienestar pero también de desacuerdos, desavenencias que, si no las sabemos manejar, pueden acabar en verdaderos problemas y provocar mucho sufrimiento. Discutir bien para evitar grandes conflictos es algo que convendría que todos aprendiéramos a hacer. Aquí van algunos principios básicos a tener en cuenta a la hora de enfrentarnos a las diferencias del día a día en la relación de pareja:
Primer principio:

Discutir no sólo es inevitable sino que es necesario

Muchas veces, en nuestra visión idílica del amor, tendemos a pensar que la pareja perfecta es aquella que no discute nunca. Sin embargo, en la vida van a surgir discrepancias, vamos a hacer cosas que molesten al otro y el otro hará cosas que nos molesten a nosotros, tendremos que tomar decisiones más triviales y otras mucho más relevantes. En definitiva, van a surgir conflictos necesariamente. No discutir, en el sentido de debatir, intercambiar opiniones, no sólo es en la mayoría de los casos inevitable, sino que resulta necesario. Una pareja que jamás discute, probablemente está haciendo las cosas mal: o uno impone su criterio más de la cuenta, o (y) el otro está dejando a un lado su voluntad para complacer constantemente al otro. Antes o después, esta bomba de relojería nos estallará en las manos.


Segundo principio:

Los problemas hay que abordarlos para poder solucionarlos

Hay personas a las que les cuesta mucho hablar de lo que va mal. Algunas tienen mucho miedo a la posible reacción del otro y prefieren callarse. Otras piensan que las cosas terminarán pasándose si hacemos como que no han sucedido. Nada más lejos de la realidad. Los conflictos que no se abordan reaparecerán cuando vuelvan a darse circunstancias similares a las que los provocaron inicialmente. Además, si no aclaramos las cosas cuando hay problemas, empezaremos a acumular cuentas pendientes con el otro y puede llegar el día en el que pretendamos saldarlas todas juntas; tal vez para entonces ya no haya remedio. En general (como en todo hay notables excepciones), a los hombres les cuesta bastante más sentarse a hablar las cosas que a las mujeres. Muchas veces, las mujeres pretendemos hablarlo y aclararlo prácticamente todo. Ni lo uno ni lo otro. Ni todo tiene que hablarse, y mucho menos de forma recurrente, ni las cosas se van a resolver solas. Las grandes discusiones, aunque sea por tonterías, y los verdaderos desacuerdos, hay que ponerlos sobre la mesa y tratarlos. ¿Con qué objetivo? Explicarnos, comprender la postura del otro (eso no significa estar de acuerdo con nuestra pareja) y, sobre todo, llegar a alguna propuesta para resolver el problema y/o prevenir en un futuro que la confrontación vuelva a aparecer. Buscar un momento tranquilo, incluso en un lugar poco asociado a las discusiones (dando un paseo, en un restaurante), nos ayudará a poder abordar el conflicto de manera más constructiva.


Tercer principio:

La vida en pareja no es (o no debería ser) una lucha de poder

A menudo las parejas se enzarzan en eternas discusiones buscando demostrar su propia inocencia en los conflictos y la culpabilidad del otro en éstos. Sin embargo, plantearse la relación con la persona que queremos desde esta lucha por ver quién queda por encima es un frecuente y enorme error. No se trata de culpas, sino de posturas distintas. No seamos reacios a reconocer en qué nos hemos podido equivocar, disculpémonos si algo de lo que hemos dicho o hecho ha podido molestar al otro.

Eso no nos hace quedar por debajo de nadie, al contario, nos honra.

Tampoco nos empeñemos en que el otro asuma su culpa o reconozca que se ha equivocado. Aceptemos la discrepancia, el desacuerdo, sin intentar convencer de nuestra verdad. Salgamos de radicalismos y flexibilicemos nuestra visión del mundo, seguro que eso nos enriquecerá también como personas. Asumamos que vemos las cosas de modos diferentes e intentemos llegar a un punto de negociación y entendimiento.


Cuarto principio:

Las formas importan, y mucho

No sólo es importante lo que decimos sino también cómo lo decimos. Intentemos ceñirnos al hecho concreto que nos ha molestado en lugar de sacar la lista de agravios pasados. Huyamos del “es que tú eres…”, “siempre dices…”, y optemos por el “a mí me ha dolido…”, “a menudo dices…”, evitaremos que el otro se ponga a la defensiva. Cuidemos el tono de voz, el volumen, y tratemos de no poner en evidencia a nuestra pareja sacando temas conflictivos delante de terceros. Además de ser molesto para los demás, el otro seguramente lo viva como una encerrona, una falta de lealtad y una falta de respeto importante.

En definitiva, crezcamos personalmente y en pareja afrontando las dificultades y el desacuerdo de un modo constructivo, la recompensa es tan enriquecedora que no cabe ninguna duda de que merece la pena intentarlo.

* Montserrat Montaño Fidalgo es psicóloga en el Centro de Psicología Álava Reyes, doctora de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico y máster en Terapia de Conducta por el Instituto Terapéutico de Madrid (ITEMA).

FUENTE:elconfidencia.es

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¿Por qué se rompen las parejas? colaboración de Rosa Collado para el diario El Mundo


¿Por qué se rompen las parejas? colaboración de Rosa Collado para el diario El Mundo
En esto del amor y las relaciones, aseguran los expertos, no hay verdades universales: cada pareja es un mundo y como tal debe ser sólo ella la que tome sus propias decisiones sobre su vínculo. Sin embargo, hay veces en las que, por muchos intentos que se hagan por mantener a flote el barco, es mejor decir adiós. De hecho, cada vez más parejas se rompen antes de llegar a un compromiso firme, al igual que existen cada año en España, un gran número de separaciones y divorcios desde que se aprobara la Ley en 1981. El número total entre divorcios, separaciones y nulidades se mantiene más o menos estable desde el año 2000, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Por ejemplo, en el año 2012 se produjeron en total 110.764 y en 2003, 122.166. Sin embargo en el año 2006 la cifra asciendió hasta más de 145.000 (la más alta hasta el momento). Y es que, en la sociedad actual, una ruptura sentimental ya no está ni mucho menos mal visto y no se contempla tampoco como un fracaso. Pero, ¿por qué se rompe un matrimonio? ¿Por qué se rompe en general, una relación?»Considerar que una pareja está rota es sólo una decisión de pareja», asegura a EL MUNDO la psicóloga y terapeuta de pareja Ares Anfruns Nomen, responsable del Área Clínica de Institut Gomà. A lo largo de los años, los sentimientos cambian, las situaciones se manejan diferentes, y la pareja es la que tiene la última decisión. Sin embargo, añade la experta aludiendo al psicólogo estadounidense Robert J. Sternberg, existen ciertos elementos fundamentales a tener en cuenta en una relación. En el año 1986, Sternberg expuso la teoría del triángulo del amor, que decía que para que una relación funcione tienen que existir tres elementos lo más equilibrados posibles: intimidad, pasión y compromiso. Según Anfruns Nomen, esta teoría cuadra con las demandas en terapia de pareja: «Frecuentemente existe alguno de estos componentes (o más de uno) que no está en equilibrio y causa dificultades a la pareja».


Motivos de las rupturas

Desde una mala comunicación hasta falta de intimidad o rutina son algunos de los motivos más frecuentes por los que una pareja decide terminar su relación. Pero sin duda, los factores pueden ser muchos: falta de comunicación, no saber afrontar las dificultades que vienen, problemas con los hijos, discusiones por diferencia de poder o diferentes niveles económicos, no respetar la individualidad o profesionalidad del otro, falta de compromiso, separación física, aparición de la rutina y, por supuesto, la violencia física y verbal.

Otros factores claves son una mala o escasa sexualidad -«no sólo se trata de frecuencia en las relaciones sino también de complicidad en la pareja», matiza Anfruns Nomen- y que ya no exista la pasión y por tanto, no quede más en común que el cuidado de los hijos o las tareas del hogar. A veces, explica Rosa Collado, sexóloga del centro Álava Reyes de Madrid, se rompe por una infidelidad y otras porque se dejan de conquistar cada día y la rutina les ahoga, sin proyectarse en metas nuevas. «No existe un único factor, cada pareja tendrá sus matices y peculiaridades».

Pero sin duda, el más importante, según citan ambas expertas es la falta de comunicación: «Cuando falla la comunicación y entra el silencio, o bien cuando se pierde el respeto al hablarle al otro y lo que se expresa es dañino, ofensivo y doloroso». Todas estas situaciones, explica Collado, pueden llevar a que no se sientan valorados, escuchados, apoyados, amados o plenos en la relación, lo que conduce a que se vayan descuidando y dejen de reforzarse de forma positiva, como cuando se iniciaba la relación, dejando de expresar lo que me gusta del otro porque se supone que ya lo sabe. Además, una mala comunicación puede derivar también en una mala sexualidad y ésta es fundamental en una pareja.

Por otro lado, es muy importante destacar el papel que tiene la pareja como entidad propia en sí misma. En opinión de Juan Macías Ramírez, psicólogo especializado en terapia sexual y de pareja, uno de los motivos más importantes por los que se rompen las parejas es porque hay prisa en definir el proyecto de pareja como algo sólido y con entidad, pero sin embargo, no se dedica el tiempo y esfuerzo necesario para construir ese vínculo. «La construcción de la pareja pasa por una serie de fases, desde el cortejo, el noviazgo, hasta la pareja en sí, y en cada una de esas etapas hay una serie de características que precisan el tiempo y el interés por afrontar lo que nos sucede. En general nos saltamos fases y tenemos urgencia por definir vínculos con sensación de estar construidos», explica este especialista. De este modo, una de las cosas básicas (aunque parezca obvia) es, insiste, la construcción de la pareja como tal.


Mejor decir adiós

«Si una pareja está rota o no, uno lo sabe y lo siente, y tanto los expertos como los familiares y amigos pueden verlo, pero la decisión sólo atañe a la pareja y sólo ella puede decidir», afirma Anfruns Nomen. Hay parejas que pese a ver que no funcionan, mantienen el vínculo y la relación, y esto es fundamentalmente por miedo a hacer daño al otro, por miedo a romper todo lo construido (piso, familias, etc.) e incluso por comodidad (son muchos años y nos queremos). Una pareja está rota, añade Collado, cuando la vida sexual es inexistente, cuando no hay intimidad o afecto o han descendido considerablemente y, en definitiva, «cuando sientes que tu pareja es sólo tu compañera de piso».

Lo primero que hay que hacer cuando un vínculo que se desestabiliza, detalla Anfruns Nomen, es procurar volver a estabilizarlo si hay amor y voluntad por ambas partes, es decir intentándolo la misma pareja por sí sola o incluso acudiendo a terapia de pareja. Sin embargo, según admite, si la pareja no funciona, es mejor romper el vínculo, no porque sea la solución sino porque «si una pareja no funciona, lo más responsable, en un acto de amor hacia el otro, es permitirme ser feliz yo y permitir que el otro también lo sea». De este modo, es mejor decir adiós, «antes que afrontar situaciones de desgaste que no llevan a nada nuevo y porque es preferible aprender del error y posibilitar una experiencia en el futuro que sea más satisfactoria a la actual. Y en el caso de tener hijos, para educarlos en un modelo de amor y relación afectiva sanos y no en uno que dinamite los afectos, la convivencia y la autoestima», mantiene Collado.

Por todo ello, concluye la especialista, es mejor dar por finalizada la relación «cuando el desgaste personal supera los beneficios que aportan a la pareja, cuando los problemas no se resuelven y uno se siente infeliz en la relación, cuando se ha muerto el sentimiento de amor y no hay proyectos de futuro compartidos y sí rutina. Y, por supuesto, cuando no hay sexo ni intimidad en muchísimo tiempo».

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