El arte de decir «no»
Los psicólogos sabemos que gran parte del sufrimiento de millones de personas tiene su origen en la dificultad que experimentan para decir NO, ante las peticiones de los demás.
Muchos niños, adolescentes, jóvenes y adultos lo pasan mal cada vez que tienen que decir no, se sienten incapaces de hacerlo y, muy a su pesar, terminan diciendo sí.
Decir “No” es un derecho asertivo (de autoafirmación). Un “no” para los demás, suele significar un “sí” para nosotros. En muchas ocasiones un “No” es la forma de manifestar nuestros criterios y defender nuestras posturas.
Con frecuencia necesitamos decir “No” para defender aquello que queremos, o para manifestar de forma clara nuestras opciones. Pero habrá muchas veces que nos cueste decir NO: a nuestros amigos, familiares, compañeros… En esos momentos sentiremos que nos falta seguridad, determinación o confianza en nosotros, para defender aquello que creemos.
¿Tenemos derecho a decir NO, o es un acto de egoísmo?
Decir “No” es un derecho asertivo (de autoafirmación). Un “no” para los demás, suele significar un “sí” para nosotros. En muchas ocasiones un “No” es la forma de manifestar nuestros criterios y defender nuestras posturas; por ello, cuando de forma racional decimos “No” y lo mantenemos, ganamos en seguridad y autoestima personal.
Decir No es un derecho fundamental, tan fundamental como que tenemos derecho a ser nosotros mismos, a expresar y juzgar nuestros sentimientos, opiniones y emociones, con la única limitación de respetar los de los otros.
Tenemos derecho a cambiar de opinión, a decir “no lo sé”…
Puede parecer obvio, pero tenemos que permitirnos algo tan básico como el derecho a cambiar de parecer, a cometer errores, a decir “no lo sé”, a no depender de los sentimientos de los demás, a tomar decisiones ajenas a la lógica, a decir “no lo entiendo” o “no me importa”, a no dar razones o excusas para justificar nuestra conducta.
Y tenemos derecho a hacerlo sin sentirnos culpables por ello.
Cómo decir NO ¿hay diferentes formas? ¿es todo un arte?
El Arte de decir No
El secreto estará en saber decir “No” en el momento apropiado, de la forma correcta y con la habilidad suficiente como para que la otra persona entienda perfectamente nuestro mensaje, y además nos vea con tal seguridad y convencimiento, que no insista más.
Recordemos que también podemos decir «no»:
- A través de la Comunicación No Verbal: nuestros gestos, ademanes, miradas…, nos serán de gran ayuda; y además nos permitirán evitarnos un desgaste innecesario con un “no verbal”, que puede resultarnos más difícil.
- El Contacto Físico, y en este caso la ausencia del mismo, también nos servirá para comunicar ese “no” de forma inequívoca.
- El Silencio Arrastrado, ese silencio que alargamos voluntariamente después de una pregunta es un indicador fantástico, que antecede, prepara y facilita la negativa posterior; negativa que a veces, ya no es necesario verbalizar.
- La Sonrisa Mantenida, cuando nos encontramos fuertes y seguros constituye otro recurso de gran valor en nuestro catálogo de “Noes”; especialmente, cuando esa Sonrisa está potenciada por una Expresión Facial que indica firmeza, y unos Ojos que se agrandan para enfatizar el Mensaje.
Podemos decir “No” con nuestra Mirada, con nuestros Gestos, nuestros Silencios, nuestros Ademanes, nuestros Ojos…; incluso podemos decir “No” con nuestra falta de contacto ocular, nuestra muda contestación, nuestro elocuente desinterés…
Hay muchas formas de decir “No”; cada una puede ser adecuada en un momento y un contexto determinado.
¿Cuál es el “No” más doloroso
Hay un “No” tremendamente doloroso. Es un “no” que se nos clava internamente, que nos persigue sin descanso, que mina nuestra moral y arruina nuestra autoestima: Es el “No” que no hemos sido capaces de decir. Ese “no” que se ha quedado ahogado dentro de nosotros; que se ha sentido herido por nuestra inseguridad y mutilado por nuestra falta de esperanza. Es un “No” terrible, porque es el “No” que no hemos dicho.
Hay gente que abusa del NO
En efecto, también hay gente que abusa del “no”; entonces éste se degrada y pierde su significado.
A poco que busquemos, seguro que todos encontramos múltiples ejemplos, como el padre que constantemente dice “no” a sus hijos; el amigo que siempre responde “no” a nuestras sugerencias; el jefe que invariablemente dice “no” a cualquier petición o idea de su gente… Si no aprendemos a dosificar nuestros “noes”, y los repetimos con demasiada frecuencia, perderán fuerza y se volverán en nuestra contra.
¿Cuándo hemos alcanzado nuestro objetivo y estamos seguros de saber decir NO?
Cuando nos suponga el mismo esfuerzo decir “No”, que decir “Si”; en ese momento podremos pensar que hemos alcanzado un buen equilibrio; pero incluso entonces: ¡no nos relajemos!; si lo hacemos, al cabo de un tiempo podemos descubrir que de nuevo nos cuesta decir “No”.
Recordemos que cuando algo se ha instaurado durante muchos años, necesitaremos mucho tiempo de práctica intensiva, para conseguir que ese automatismo pierda fuerza y deje paso a costumbres más sanas y saludables. Si no tomamos esas medidas de precaución, nuestra ingenuidad nos costará más de un disgusto.
Cuando digamos NO sin sentirnos culpables, con naturalidad y determinación, habremos conseguido que el NO a los demás, sea un SI con mayúsculas para nosotros.