Qué hacemos con la ira: ¿controlarla o dejar que fluya?
Casi nunca la expresión de este sentimiento trae nada bueno, de ahí que llevemos milenios tratando de controlarlo (hasta el filósofo Séneca escribió sobre él). Un experto en la materia nos ayuda a gestionarla, si aparece.
Por SILVIA NIETO
Es una de las emociones humanas con peor prensa, y no desde ayer por la tarde, no. Como cuenta Tiffany Watt Smith en su espléndido ‘Atlas de las emociones humanas’ -un básico, mucho más allá de la psicología, para comprenderte mejor a ti (Blackie Books)-, ya el filósofo romano Séneca (Córdoba, 4 a. C. – Roma, 65 d. C.) le dedicó un libro, ‘De la ira’, donde analizaba este sentimiento que consideraba «la emoción ‘más espantosa y frenética de todas’, una ‘locura breve’ durante la que estamos más cerca del animal salvaje que de la persona civilizada’. Pensaba, como Aristóteles antes que él, que era el resultado de sentirse menospreciado o insultado, sobre todo por parte de alguien que no era apto para hacerlo».
Para el psicólogo Ángel Peralbo, autor, entre muchos otros volúmenes, de ‘Educar sin ira’ (La Esfera de los Libros), «el papel de la ira está relacionado con nuestra reacción potente de rechazo a la ofensa, a la provocación, a lo que una parte de nosotros puede considerar intolerable, etc. Un largo etcétera, tan largo como personas existen, ya que el valor que tiene esa ira está influido por factores heredados,aprendidos, sociales, experimentados, regulados, etc. Una mezcla en ocasiones muy potente, que intercede por nosotros y que también nos puede acarrear importantes problemas».
La historia de la ira
Volviendo la vista atrás, Tiffany Watt Smith nos cuenta también cómo ha sido considerada la ira a través de los siglos. Cómo en el siglo XIII el alquimista Roger Bacon defendió «que enfurecerse de manera frecuente podía retrasar el proceso de envejecimiento» o cómo a principios del XX prosperó la idea de «desahogarse y expresar la ira de manera saludable». A partir de Freud cundió la creencia de que, dado que las emociones reprimidas podían traer consecuencias negativas para la salud física, mejor liberar la ira, por ejemplo, a través de una cosa llamada «terapia de ventilación emocional».
En los 60 triunfó la idea de que la rabia podía hacer que los pacientes reconectaran con sus yoes verdaderos «liberándolos de adicciones o locuras que se habían convertido en sus refugios». Hoy, dice Tiffany Watt Smith, los psicoterapeutas están más interesados en buscar la causa de la ira que en ‘liberarla’. «Ahora la cuestión no es si debemos expresar la ira para mantenernos saludables, sino qué otras emociones son las que nuestra ira -ya sea una furia gruñona o una silenciosa rabia hirviente- mantiene bajo control».
En su reciente ‘Filosofía para una vida única’, Lammert Kamphuis también aborda el tema de la ira, examina todo lo que los filósofos han escrito sobre ella y llega a la siguiente conclusión sobre cómo abordar la ira más allá del control, de la eliminación o la aceptación positiva de esa emoción: «Lo más probable es que tengas que aprender a vivir con momentos de rabia; tampoco los filósofos han logrado desarrollar una receta convincente para vencer del todo al enfado. Cuando llega, no queda más remedio que dejar que se calme sin causar demasiados estragos. Después, puedes aprender a conocerte mejor al examinar tu ira. Hay algo que deseas, pero que se te impide conseguir». Y añade al final de su capítulo dedicado a este sentimiento: «Conviene ser consciente de que debajo [de la ira] se esconde algo importante: la ira lanza una señal. Si se consigue formular la pregunta adecuada, entonces puede funcionar como un buen asesor. ¿Cuál es el deseo positivo que oculta esta emoción? Una vez que lo descubramos, quizá sepamos mejor lo que debemos hacer».
Ira: manual de uso y desconexión
¿Qué dice la psicología actual sobre el tema? Le preguntamos a Ángel Peralbo, de entrada, cómo lidiar con la ira: ¿hay que guardársela, soltarla o convertirla en otra cosa? «Que no escojamos nuestras emociones ni cuándo deben aparecer, ni su intensidad, no significa que no debamos autoconocernos lo suficientemente bien como para familiarizarnos con nuestro patrón de respuesta. A partir de ahí descubriremos qué significado tienen esas emociones para nosotros y podremos tomar decisiones en relación a lo que nos provoca», dice en línea con Kamphuis. Y añade: «La ira no se controla si por control nos referimos a que no aparezca como otras emociones. La ira no se guarda si por ello entendemos que no tenga su espacio para expresarse. La ira no se suelta si ello supone permitir que nuestra parte más animal tenga cabida social. La ira se reconoce, se acepta como cualquier emoción y se aprende a regular para sentirnos plenamente realizados personal y socialmente. Sin un buen manejo no pasaremos de la precariedad social. Evolución no significa inhibirlo o rechazarlo o negarlo sino canalizarlo, entrenar el paso de una emoción a una acción adaptativa».
¿Y cómo actuar si de repente sobreviene el sentimiento? Pedimos a Ángel Peralbo que nos eche un cable con este asunto. ¿Qué hacemos con la ira, cómo la ‘dominamos’?
1. «Aceptando incluso las primeras señales internas. Lo contrario permite que crezca sin darnos cuenta». En efecto, uno de los principales problemas de la ira es que aparece de manera imprevista y nos ‘sobrepasa’, es decir, se pone por delante de nuestra voluntad y ‘actúa’ por su cuenta, a menudo con nefastas consecuencias para todos. ¿Es posible realmente verla venir y reorientarla? Sí que lo es, explica el experto. «Es posible y absolutamente necesario conocer cómo funciona ese correlato interno, esa respuesta fisiológica de activación que juega un papel crucial en el transcurso desde que se pone en marcha la ira hasta poder llegar a ese punto de no retorno, es decir ese momento difícil o casi imposible ya de manejar. Aunque parezca que la ira pasa de 0 a 100 en un instante, existen señales internas que tenemos responsablemente que aprender a detectar. Cuanto antes identificamos señales internas de activación, antes podremos canalizar la respuesta, neutralizando la excitación, relajando nuestro sistema nervioso autónomo, apartándonos por un momento de la situación si se corre peligro, etc. Todo menos alimentar al monstruo en que nos podemos convertir».
2. «Entendiendo que no es ni nadie ni nada externo a nosotros lo que nos lo produce. Somos nosotros mismos, por lo tanto no responsabilicemos a los demás de nuestra ira».
3. «Poniendo en marcha estrategias de autorregulación emocional. Nunca antes se había facilitado tanto el acceso a técnicas de relajación mental, las hay para todos los gustos, desde las más terapéuticas como la respiración diafragmáticas, relajación progresiva muscular de Jacobson, de atención plena, meditativas, etc. Todas ellas permiten desarrollar la destreza y capacidad de desactivar nuestra activación fisiológica, precisamente esa que moviliza toda nuestra energía interna y le imprime fogosidad y potencia a la ira».
Y por último, ¿sirve de algo el clásico «cuenta hasta 10 antes de…» que tantas veces hemos oído recomendar?
«Todo lo que sea retrasar la respuesta bajo el paraguas de la ira, permitirá modular el impacto de lo que hagamos, por lo tanto conseguiremos ser dueños de nuestra respuesta», dice Peralbo. Respiraaaaaaaaa.