El 35% de los españoles ha desarrollado temor al contacto físico
Por RITA MONTAGU
«Abrazarse o tomarse de la mano durante al menos diez minutos puede reducir los efectos físicos perjudiciales del estrés», tal y como indica un estudio realizado por especialistas de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill (Estados Unidos). Y es que el sentido del tacto está infravalorado y realmente es uno de los fundamentales para poder sobrevivir, sobre todo en edades tempranas, ya que las caricias y el contacto físico cuando somos bebés son tan importantes y tan básicos como el comer o el dormir. Es imprescindible para nuestra salud física y mental, además de una forma de comunicación con los otros.
Cuando tocamos o nos tocan, la piel emite una señal al cerebro activando una serie de procesos que afectan directamente al estado físico: «El contacto físico activa una serie de mecanismos fisiológicos que contribuyen a nuestro bienestar emocional. En concreto, disminuye la producción de cortisol (hormona relacionada con el estrés), aumenta la producción de oxitocina (hormona relacionada con el afecto), aumenta los niveles de serotonina (produciendo un efecto relajante), además de disminuir la presión sanguínea y el ritmo cardíaco, y fortalece el sistema inmune», aseguran desde el gabinete de psicólogos Concienciarte. Además, el simple hecho de tocar una mano hace que ciertas zonas del cerebro relacionadas con el miedo disminuyan su actividad.
«Cuando tocamos la piel se estimulan los sensores de presión subcutáneos que envían mensajes al nervio vago (del cerebro)», explica Tiffany Field, investigadora del Instituto para la Investigación del Tacto (TRI) en la Universidad de Miami. Asimismo, neurocientíficos de la Universidad John Moores, en Liverpool, Reino Unido, destacan que «todos los primates humanos estamos programados para el tacto, nos guste o no».
Necesitamos contacto a todas las edades
El contacto físico no sólo es importante en los primeros años de vida sino que es fundamental a todas las edades, aunque las necesidades son diferentes. Así, durante las primeras horas después del parto, los niños a los que al nacer se les permite un contacto piel con piel con sus madres durante los primeros 90 minutos de vida lloran menos veces y durante menos tiempo que los que son separados de ellas, aseguran desde la Asociación Española de Pediatría.
Esto es debido a que en esta etapa «el contacto físico es tan importante que no cubrir esa necesidad puede incluso alterar el crecimiento físico y mental del bebé” asegura la psicóloga María Jesús Álava Reyes, fundadora del centro de psicología Álava Reyes. Este fenómeno, que se conoce como ‘hospitalismo’, prosigue esta experta, «puede hacer que, aunque los niños estén bien atendidos desde el punto de vista de la salud, al faltarles el cariño diario de sus seres queridos, presenten cierto retraso psicomotor y sean inmaduros, inseguros, apáticos…».
Durante la primera infancia el contacto físico sigue siendo una necesidad absoluta para su desarrollo, y puede apreciarse en que los niños lo piden mediante el juego. Esta necesidad de contacto con otro individuo conlleva la aparición de un vínculo entre el niño y la persona de apoyo.·Podemos decir que el vínculo lleva a la necesidad de contacto físico, y el contacto físico es imprescindible para que el vínculo se siga formando correctamente, y así se cree un apego seguro. De igual modo, no pueden estar satisfechas las necesidades afectivas si no se produce contacto físico entre el niño y la figura de apego, afirman los psicólogos especializados en psicología evolutiva y desarrollo del portal líder de Psicología Psicología y mente.
Rechazo en la adolescencia
Sin embargo, los adolescentes experimentan un rechazo de contacto físico hacia los padres, sobre todo motivado por la necesidad de desarrollar la propia identidad en contraposición a la del grupo familiar. Ya en la edad adulta la importancia del contacto físico es sobre todo necesario cuando nos sentimos mal, recalca la publicación Zona hospitalaria. Para Álava Reyes, «Más que palabras, buscamos un contacto que signifique aceptación por parte de la otra persona».
Desde el blog Quiero cuidarme afirman que «Los ancianos necesitan contacto físico prolongado mucho más que las generaciones más jóvenes. Cuanto más mayor te haces, más frágil te vuelves física y emocionalmente, y la necesidad de abrazos y caricias aumenta porque favorece el mantenimiento de la salud».
Por su parte, el antropólogo Paul Byers estudió los efectos debilitantes de la falta de contacto físico, fenómeno que denominó «hambre de piel», el término de uso común para lo que en la ciencia se conoce como privación del afecto y está asociado a una serie de daños psicológicos e incluso físicos para la salud.
Miedo a ser tocado
Sin embargo, «muchas personas sufren hafefobia temor acusado, persistente e irracional a ser tocado físicamente (o la posibilidad de ello) por otras personas. Muchas personas pueden sufrir una fuerte, intensa e inmediata reacción de ansiedad simplemente por saber que mañana tienen que ir al médico o que la semana que viene tienen que salir a la calle y van a estar rodeados de personas”, afirma Cristina Mae Wood, doctora europea en Psicología, especialista en Ansiedad y Estrés y miembro del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
La pandemia de la covid-19 deja secuelas emocionales fácilmente rastreables. El 35% de los españoles ha desarrollado temor al contacto físico con otras personas desde que en marzo de 2020 el coronavirus irrumpiera, según un estudio elaborado por la compañía Merck. El informe, titulado «La percepción de la salud de los europeos dos años después del inicio de la covid-19», trabaja con una muestra de 6.000 personas de diez países del continente.
«La privación del tacto ha incrementado la sensación de soledad y aislamiento en muchas personas. Nuestra percepción del afecto está reducida e incompleta y provoca un descenso en el nivel de la percepción de apoyo social y empeora nuestra capacidad para afrontar situaciones adversas. Este entorno es más favorable para la aparición de trastornos obsesivos, fóbicos y de estrés postraumático, que perdurarán incluso después de la pandemia», aseguran, en conclusión, desde la Clínica Universitaria de la Universidad Rey Juan Carlos.