Disciplina positiva: seis cuentos para educar con consecuencias, no con castigos. Silvia Álava para «EFE Salud»
Educar a nuestros hijos no es tarea fácil. En muchas ocasiones nos sacan de quicio y, cuando ocurre, solemos reaccionar con gritos, regañinas y castigos que no suelen resultar muy eficaces. ¿Y si probamos a razonar con ellos y a hacerles entender las consecuencias de sus actos, en lugar de castigarles?
Es lo que propone la disciplina positiva, de la que ha hablado EFEsalud con la psicóloga Silvia Álava, quien asegura que la clave está en reforzar más lo que hacen bien y alentarles a mejorar cuando lo hacen mal.
Estamos en un restaurante. Nuestro hijo o nuestra hija no para de gritar y correr entre las mesas y, por más que le repetimos que se esté quieto y se porte bien, pasa olímpicamente de nosotros. Incluso notamos que, ante nuestras advertencias, lo hace con mayor intensidad.
Hasta que perdemos la paciencia, le pagamos un grito y le castigamos sentado en la mesa, sin postre o sin ver la tele al llegar a casa.
¿Te suena? Pues es, precisamente, la reacción que debemos evitar si queremos que nuestros hijos aprendan realmente de sus errores y no repitan esas conductas en futuras ocasiones.
La psicóloga Silvia Álava propone en esos casos aplicar la disciplina positiva, una forma de educar a los niños basada en el respeto mutuo, la comunicación y el refuerzo de las conductas positivas.
De eso precisamente trata el libro que ha publicado el Centro de Psicología Álava Reyes, de cuyo área infantil es directora Álava: Seis cuentos para educar en disciplina positiva.
Así lo explica la especialista: “La disciplina positiva se basa en una comunicación respetuosa con los niños -la misma con la que ellos nos tratarán luego a nosotros- y en poner el foco más en las cosas que hacen bien que en las que hacen mal. Cuando tienen un mal comportamiento debemos hacérselo saber y explicarles cuáles van a ser las consecuencias de sus actos, porque tiene que haberlas, pero siempre desde razonamientos lógicos y no desde el castigo”.
Estos, como expone, pueden ser desproporcionados, muy largos en el tiempo o muy difíciles de cumplir, y, muchas veces, acabamos levantándolos.
“Además, el castigo en sí mismo no enseña nada; no le estás explicando la conducta correcta que quieres fomentar en él”, añade.
Aunque, como aclara, eso no significa, en ningún caso, que no haya normas o límites y que puedan hacer lo que quieran.
Castigos no, consecuencias a las malas actuaciones, sí
La psicóloga explica cómo podemos aplicar la disciplina positiva con los siguientes ejemplos:
Caso 1: Es habitual que los niños pequeños a veces insulten, sobre todo cuando son más chiquititos. En ese caso, aplicando la disciplina positiva, habría que decirle: `papá y mamá se ponen tristes cuando les insultas, así que entiende que ahora no nos sintamos bien´. Le estás explicando cuál es la consecuencia de esa acción y, además, que tiene la posibilidad de repararlo. ¿Cómo? En este caso, pidiendo perdón.
Caso 2: Nuestros hijos están jugando y empiezan a pelearse. Podemos decirles `como no sabéis jugar juntos, lo vais a hacer un rato por separado; hasta que estéis preparados para volver a jugar juntos´.
Caso 3: Estamos comiendo en la mesa y nuestro hijo no para de jugar con el vaso. Le repetimos varias veces que lo va a tirar y, al final, lo tira. Ya no sirve de nada el enfado, lo que debemos decirle es: `ahora tienes que recoger lo que has tirado´. Y si eso ocurriese de forma reiterativa durante varias comidas, podemos decirle `vamos a ensayar unos días y vas a comer tú solito hasta que estés preparado para comer con nosotros´.
“Lo que no funciona -apunta Silvia Álava- es que sus actos no tengan ningún tipo de consecuencia, porque entonces no aprenden. Ahora bien, tampoco tiene mucho sentido que les castiguemos con cosas como no jugar; no es coherente con lo que ocurre”.
“En todo momento deben ser consecuencias lógicas, razonables, derivadas de la situación, reveladas con anterioridad y siempre dirigidas a reparar lo que han hecho“, explica la psicóloga.
En este sentido debemos, además, fomentar la autonomía y no caer en la sobreprotección del “te lo hago yo”. De esa manera, cada vez irá haciendo mejor las cosas él solo y podrá tomar consciencia de sus capacidades.
Por otra parte, con las prisas del día a día, y teniendo en cuenta que a los adultos también les cuesta bastante gestionar sus emociones, los niños reciben mucha más atención cuando hacen las cosas mal -en forma de regañinas y castigos- que cuando las hacen bien.
Sin embargo, Álava propone hacer todo lo contrario: “Debemos reforzar más lo que hacen bien y alentarles para que mejoren sus conductas; los niños necesitan escuchar `sé que lo puedes hacer´”, advierte.
Pandemia COVID-19: por fin se ha puesto el foco en la importancia de la gestión emocional
La psicóloga celebra que, en medio de una crisis como la que estamos viviendo con la COVID-19, nos estemos dando cuenta de lo necesaria que es la educación emocional.
Ahora, como explica, nos damos cuenta de que hemos puesto siempre el foco de la educación en áreas mucho más centradas en los conocimientos y nos hemos olvidado de esa parte emocional tan necesaria.“Nuestras vidas han cambiado; estamos en standby y no sabemos lo que va a pasar. Necesitamos tolerar la frustración y gestionar la incertidumbre, y nos hemos encontrado con que no sabemos cómo hacerlo”, apunta.
“Si tuviéramos estrategias emocionales para potenciar nuestras emociones agradables y saber regular las desagradables, nos iría mejor. Sin ir más lejos a la hora de gestionar esta pandemia”, subraya Álava.
Eso, además, es fundamental enseñárselo a los niños desde la heterorregulación; ellos no saben regular sus emociones cuando son pequeños y tienen que hacerlo a través de la figura de los padres.
Por eso, si nosotros a la primera de cambio nos ponemos a dar gritos y a montar broncas, no les estamos enseñando la forma correcta de gestionar esa emoción.