¿Por qué nos cuesta tanto lidiar con la incertidumbre?. Claves para gestionarla mejor
“La incertidumbre me mata”, “el no saber me puede”, “tengo que tenerlo todo bajo control o no puedo continuar con mi vida, la ansiedad me paraliza”. ¿Nos reconocemos en alguno de estos pensamientos u otros similares? ¿Por qué nos cuesta tanto lidiar con lo incierto?
Si pensamos en el ser humano como especie seguramente encontremos gran parte de la respuesta. Seguro que nuestros antepasados homo sapiens que más sobrevivieron fueron aquellos más precavidos y que más se esforzaron por conocer y controlar su entorno, anticipar posibles peligros e idear formas de evitarlos. ¿Nos imaginamos dos tribus nómadas de nuestros ancestros?
¿Quién sobreviviría con más probabilidad (y, por tanto, se reproduciría más), aquella cuyos miembros llegaban a un sitio y se encargaban de conocer el entorno, los potenciales peligros, los depredadores de la zona y las opciones de protegerse, o los que se asentaban sin dedicar mucha energía a intentar reducir toda esa incertidumbre y buscar formas de controlar su entorno?
Seguro que somos los herederos de los especímenes más prudentes, previsores, precavidos y controladores de la especie.
¿Cuál es el problema? Que a día de hoy muchas de las incertidumbres con las que no sabemos convivir no son de vital importancia para nuestra supervivencia, ni esconden necesariamente graves peligros potenciales (y si lo hacen, no solemos tener capacidad real para controlarlos), pero nuestro cerebro, nuestro organismo, que tiende a ser sobreprotector al máximo (si puede haber un peligro, seguro que lo hay y grande) y simplificador (o es peligroso, o no lo es), lo vive como si fuera una cuestión de vida o muerte y reacciona como tal.
Al fin y al cabo, el riesgo de equivocarse creyendo que hay leones acechando (y protegiéndose en consecuencia) en el caso de que no los haya no es, ni mucho menos, el mismo que pensar que no hay depredadores para que finalmente uno nos ataque, por mucho que vivamos más tranquilos en este segundo escenario.
Por añadidura, vivimos en una sociedad que proclama, a veces con razón pero no siempre, que si uno anticipa, planifica, prevé, se esfuerza, controla los elementos de la situación, podrá conseguir lo que se proponga y escapar de cosas no deseadas o negativas.
El control, nos han dicho en muchas ocasiones, explícita o implícitamente, es la base para que todo esté bien, nada vaya mal, y nuestros objetivos se cumplan. El ser humano ha evolucionado enormemente como especie, logrando cosas que ningún otro animal ha podido conseguir, gracias a analizar lo que se desconoce, encontrar certezas, y controlar los factores que permiten obtener lo deseado y evitar lo no querido. En nuestra experiencia personal, muchos de nosotros hemos podido experimentar las ventajas de reducir la incertidumbre y aumentar el control a la hora de lograr lo buscado y/o evitar lo temido.
¿Por qué entonces puede ser necesario tolerar la incertidumbre en lugar de buscar encarecidamente la forma de eliminarla y conseguir el control absoluto en cada situación?
Volvamos por un momento a nuestras dos tribus de homo sapiens buscando un nuevo lugar para asentarse. Aunque la tribu más controladora reduzca riesgos y aumente posibilidades de supervivencia reduciendo incertidumbre, ¿puede lograr certezas absolutas? ¿Podría, por ejemplo, saber a ciencia cierta que, aunque no haya depredadores en ese momento en ese lugar, no va a haberlos en un futuro? ¿Podría garantizar que ese río tan caudaloso junto al cual parece una magnífica idea asentarse, no va a sufrir una importante sequía en unos meses o que sus aguas nunca van a contaminarse causando la muerte a todo el que beba de ellas? ¿Podría controlar que ninguna otra tribu quisiera atacarles en algún momento? ¿Imaginamos a esa tribu sin ser capaz de tomar una decisión sobre el lugar en el que establecerse hasta no estar absolutamente segura de que todo va a ir bien? Tampoco habríamos podido sobrevivir como especie.
El riesgo, la incertidumbre, forma parte de la vida, es inevitable huir de ella, podemos reducirla, aumentar el control, pero lograr la certeza completa, el riesgo cero, el control absoluto, es IMPOSIBLE.
Vivir es asumir riesgos, el riesgo de enfermar, de morir, de perder a un ser querido, de tener un accidente, de que te despidan del trabajo, de que discutas con un amigo…, y un aprendizaje fundamental que tenemos que realizar es el de saber convivir y tolerar (no digo que tenga que gustarnos) la incertidumbre y convivir con situaciones que no podemos controlar. Tampoco se trata de pasarnos al otro extremo, al de la tribu despreocupada que no analiza con cuidado el lugar en el que ubicarse, pero, como casi todo en la vida, un punto intermedio suele ser lo más apropiado.
¿Cómo convivir y gestionar la incertidumbre?
¿Qué puede ayudarnos, entonces, a convivir con la incertidumbre y hacernos más capaces de tolerarla? Veamos algunos puntos que pueden resultar muy interesantes: