Duelo, Culpa y Autocompasión/Perdón
“Debería haberme dado cuenta antes de lo grave que podía llegar a ser esta enfermedad”, “Debería haberle cuidado y protegido más y mejor”, “Debería haber exigido/insistido en que me dejasen entrar a verle y acompañarle», “No debería haberle llevado al hospital”, “Debería haberle dicho lo mucho que le quería”…
No hay dos seres humanos iguales sobre la faz de la tierra. Y, por tanto, tampoco hay dos duelos idénticos.
En esta experiencia extrema de la pandemia que nos está tocando vivir a todos, los psicólogos especialistas en duelo nos estamos encontrando con la realidad de cómo las personas que han sufrido la pérdida de un ser queridos gestionan su dolor de formas tan variadas y diferentes.
Y a pesar de que, efectivamente, no hay dos personas iguales, ni dos duelos idénticos, sí que estamos asistiendo a patrones que se repiten, una y otra vez, en nuestras consultas telemáticas.
Uno de estos patrones está claramente asociado a las circunstancias en que se están produciendo los fallecimientos de muchas personas: en una cama de hospital, en soledad, sin la reconfortante y humana ayuda de un ser querido que te pueda acompañar en el difícil tránsito hacia la muerte.
El patrón al que me estoy refiriendo no es otro que el de “dolor y culpa”.
En estos días estamos atendiendo a muchos familiares y/o amigos de finados, que manifiestan un profundo e intenso dolor, no sólo por la pérdida de su ser querido, sino también por la forma en que los han dejado marchar, desasistidos del cariño, el afecto y el amor que habrían deseado proporcionarles, y que por razones de índole estrictamente higiénico-sanitarias, de evitar posibles contagios, se les han impedido.
Una parte importante de nuestros pacientes verbalizan y manifiestan un profundo sentimiento de culpa, asociado a pensamientos tales como “Debería haberme dado cuenta antes de lo grave que podía llegar a ser esta enfermedad”, “Debería haberle cuidado y protegido más y mejor, para que no se hubiera contagiado con el virus”, “Debería haber exigido/insistido en que me dejasen entrar a verle y acompañarle, en sus últimos momentos de vida”, “No debería haberle llevado al hospital; al menos, en casa, habría podido cuidarle y acompañarle en sus últimas horas”, “Debería haberle dicho y demostrado, más a menudo, lo mucho que le quería, y apenas lo hice/nunca lo hice”…
En definitiva, que al dolor inmenso por la pérdida le sumamos un angustioso sentimiento de culpa, por nuestra deficiente/mala actuación hacia nuestro ser querido.
La culpa actúa muy frecuentemente como sentimiento regulador de los pensamientos “debería”. Los “debería” implican obligado cumplimiento, de modo que cuando no hemos hecho algo que se supone que “deberíamos haber hecho”, o cuando hemos hecho algo que se supone que “no deberíamos”, entendemos que hemos transgredido alguna norma, principio o ley, y, por tanto, hemos de pagar por ello. ¿Cómo? Sintiéndonos culpables, sintiéndonos mal. El sentimiento de culpa es, por tanto, la cuota, el canon, el peaje que hemos de pagar por estos “debería” no realizados, por este mal comportamiento, por acción u omisión, que hemos tenido.
Y todo este malestar asociado a la culpa ¿puede tener algún sentido? ¿Puede ayudar de alguna manera a las personas en duelo a gestionar mejor su pérdida?
Pues, efectivamente, este sentimiento de culpa, como cualquier otro sentimiento asociado habitualmente a la pérdida de un ser querido, como lo son la ira, la impotencia, la tristeza, la rabia, la indefensión, la pena… forman parte esencial de los estados por los que pasamos la mayoría de las personas en duelo. Y, por consiguiente, tienen un sentido y un valor en el proceso natural que nos va a ayudar, poco a poco, a convivir y, después, a aceptar y superar el dolor de la pérdida.
Claro que los estados de duelo son muy duros y difíciles de sobrellevar, y que muchas personas desearían que se pasaran lo antes posible para dejar de sufrir. Pero como sucede con cualquier otra herida profunda de la vida, requieren tiempo y paciencia para su completa cura y sanación.
Algo que, en cualquier caso, puede ayudarnos a gestionar mejor este sentimiento de culpa es ponernos en disposición de asumirnos a nosotros mismos, en nuestra calidad de seres humanos, limitados, finitos y, por tanto, falibles. No somos perfectos, ni hemos de exigirnos serlo. Aprender a aceptarnos en los errores que hayamos podido cometer, y a perdonarnos por ellos. En suma, aprender a ser más benévolos y mostrar compasión hacia nosotros mismos, y, cómo no, aprender también de nuestros fallos, y aprovecharlos para poder mejorar y crecer como personas.