Ayuda psicológica urgente para los sanitarios y sus familias. Isabel Gemio entrevista a María Jesús Álava Reyes
Los sanitarios, y sus familias, sin duda, necesitan toda nuestra ayuda. Es lo mínimo que podemos hacer como sociedad y, desde luego, ellas y ellos se lo merecen.
Vivimos tiempos de vulnerabilidad psicológica. Sin duda alguna. La rabia y la tristeza son las dos emociones principales, podríamos decir, que experimentan la mayoría de personas durante estos tiempos difíciles. Es normal sentirse enfadado por pensar que las cosas habrían podido ser de otro modo, si las cosas se hubieran hecho de otro modo. La rabia es una emoción muy llamativa, pero podemos canalizarla. La tristeza, por el contrario, en estas circunstancias puede ser más compleja, ya que puede dificultar, incluso, que encontremos la motivación, la ilusión y las ganas para salir de ella.
En este sentido, el colectivo sanitario se ha visto golpeado muy duramente. La preocupación constante de poder contagiar a su familia y la necesidad de tomar decisiones vitales y de una manera muy rápida – como, por ejemplo, poner o no un respirador – son devastadoras. Las secuelas que estos momentos críticos pueden dejar en nuestros profesionales sanitarios, especialmente vulnerables física, moral y emocionalmente, podrían tardar años en superarse. Nadie les ha preparado, ni nos ha preparado, para una catástrofe así. Es una situación absolutamente extrema.
Igualmente, es importante señalar los problemas de conciliación con que se encuentran nuestros médicos, enfermeras, celadores, etc. Muchos de estos magníficos y magníficas profesionales, descubren que muchas veces, no tienen con quién dejar a sus hijos mientras ellos y ellas están trabajando. Puede ser desolador exponerse a ese enorme riesgo, minimizar o directamente evitar el contacto con nuestra familia y seres queridos, sacrificarse en muchos sentidos por el bien de todos y comprobar, tristemente, que sus hijos están, podríamos decirlo, «estigmatizados» y que nadie quiere cuidar de ellos, por miedo a contagiarse.
Teniendo todo esto en cuenta, los sanitarios y sus familias, sin duda, necesitan toda nuestra ayuda. Es lo mínimo que podemos hacer como sociedad y, desde luego, ellos se lo merecen.