¿Por qué trabajas? ¿Para qué?
¿Hacer lo que te gusta o que te guste lo que haces? ¿Cuál es la clave?
Érase una vez un niño aburrido en verano..aburrido como sólo puede aburrirse un niño en verano.
Como no se le ocurrían muchas cosas que hacer decidió bajarse a dar una vuelta y se encontró con tres albañiles con los que poder hablar un ratito.
De esta manera, se acercó al primero de los operarios y le preguntó “Señor. ¿Qué está haciendo?” A lo que el hombre enfadado respondió “¿Pero no lo ves, chico? Estoy aquí apilando ladrillos bajo el sol”. No conforme con la respuesta, ni con la actitud, decidió preguntar al segundo caballero “Disculpe señor, ¿qué hace?”. El albañil se giró resignado y dijo “Aquí, levantando una pared..nada importante”. Finalmente, y más decepcionado que otra cosa, nuestro protagonista preguntó al último “Y usted ¿qué hace?”. El señor se dió la vuelta, sonriente y mirando al chico respondió “Construyo el hospital para los niños del pueblo”.
Los tres apilaban ladrillos. Los tres levantaban un muro. Sólo uno estaba construyendo el hospital para los niños del pueblo.
¿Por qué hacemos lo que hacemos? Piénsalo. ¿Es sólo por dinero? ¿Es principalmente por dinero? ¿Qué necesitas para estar bien?
¿Somos acaso como el primer albañil? Enfadado, cabreado, atrapado sin tener opciones. ¿O somos más bien como el segundo? Resignado, rutinario, conformista.
¿Qué nos impide ser el tercero? Motivador, comprometido, realizado…
Trabajar no tiene que significar sólo realizar una tarea obligatoria a cambio de un sueldo; podemos conseguir expresarnos e incluso ser la mejor versión de nosotros mismos trabajando. Los psicólogos solemos referirnos a esto bajo la idea de “ama lo que haces”.
Naturalmente, sabemos que no todos pueden, ni podemos, trabajar en nuestra vocación soñada, ni bajo las condiciones ideales; pero fijaos que nada de eso es importante en nuestro cuento. Sólo hablamos de actitud. No hablamos de lo que cobran, ni de su vocación, ni de lo divertido que puede ser, o no, su trabajo. Hablamos de cómo nos tomamos las cosas, de cómo nos hablamos y de cómo nos “regulamos”; es decir, de Inteligencia Emocional. Y es que saber gestionar nuestras propias emociones es el primer paso para ser los auténticos dueños de nuestra vida.