El mejor camino para aprender a dar «pasos» tras la muerte de un hijo
María Jesús Álava Reyes para el diario ABC.
El fallecimiento del pequeño Gabriel de Almería ha recordado a muchos padres que perder a un hijo es un zarpazo de la vida directo al corazón, suceso que debe ser afrontado más allá del intelecto.
«Ahora, sin mi pequeño Gabriel, tengo que aprender a caminar de nuevo. No sé cómo hacerlo, pero debo dar pasitos». España entera se sobrecogía al conocer el triste desenlace de Gabriel, el pequeño de 8 años que fue asesinado en Almería tras doce días desaparecido. Su madre, en un arranque de fortaleza, declaraba entre lágrimas que debía aprender a caminar de nuevo.
La pérdida de un hijo va contra natura, «contra la evolución humana y la supervivencia de la especie», apunta Susana de Cruylles, psicóloga clínica y terapeuta de familia. Esta especialista, que atendió en su día a los familiares de las víctimas del 11-M, explica que para que los padres puedan superar un suceso de tal magnitud hay que diferenciar, en primer lugar, el tipo de muerte. «Si está causada por una enfermedad, permite a los seres queridos tener tiempo para hacerse a la idea, prepararse, despedirse de él e, incluso, considerar que su muerte es un “alivio” al poner fin al sufrimiento del pequeño».
Por el contrario, cuando es inesperada, por un accidente, un suicidio, un asesinato… «al dolor de los padres se suma la dificultad añadida de la aceptación del suceso, que es traumático y muy desconcertante para ellos», explica de Cruylles.
«La cicatriz que deja este tipo de pérdidas en los padres es enorme y de por vida, pero se puede aprender a vivir de otra manera»
Saber escuchar
Lo que hay que hacer siempre, asegura María Jesús Álava Reyes, psicóloga y directora del centro de psicología Álava Reyes, es escuchar a los padres porque necesitan sacar fuera su dolor, «pero si optan por no hablar, hay que respetar su derecho a guardar silencio y a que dispongan de su tiempo para recomponerse».
Añade esta especialista que no es recomendable decirles frases tipo «ya pasará», «ya verás cómo el tiempo te ayudará a curar la herida»… «Lo mejor es mostrar empatía —señala—. Y, una buena opción es repetir frases que ellos dicen: “entiendo que en estos momentos pienses que no puedes con tu vida”, “se trata de una pérdida muy dolorosa”, “nunca debía haber pasado algo así”… de manera que se sientan comprendidos en su dolor».
Otra de las reacciones será la de sentirse culpables. Aunque el pequeño haya fallecido por una enfermedad, lamentarán no haberle llevado a otro hospital, no haberle dicho más veces te quiero, no haberle podido ayudar más. Y si se trata de un accidente o asesinato pensarán que podían haberlo evitado. «En esos casos –apunta Álava Reyes–, hay que invitarles a recordar la expresión de los ojos de su hijo cuando les miraba sonriente y lleno de amor. Recordarles que su pequeño les ha dado momentos de gran felicidad y es con esa parte de su infancia con la que hay que quedarse para eliminar de la mente las vivencias de la enfermedad o aquellas que inducen al sufrimiento. Si de verdad quieren a su hijo, deben pensar en hacerle un homenaje y, la mejor manera, es estar bien, por él, por el resto de hermanos si los hay, y por los propios padres».
De Cruylles reconoce que la cicatriz que deja este tipo de pérdidas en los padres es enorme y de por vida, sin embargo asegura que, aunque en un principio parezca imposible, se puede aprender a vivir y a disfrutar de nuevo, «pero de otra manera».
Habilidad emocional
En su opinión, «superarlo» depende de las habilidades de cada persona y de su estado de salud. «Entre los familiares de las víctimas del 11-M, quienes más han recaído son aquellos que más traumas previos sufrieron y menos herramientas de manejo emocionaltenían. Dependiendo de cómo hayan afrontado los padres anteriormente situaciones de estrés, de cómo han regulado sus emociones, han sabido salir de situaciones difíciles, de las heridas que aún tienen abiertas… estarán dotados en mayor o menor medida para superar este trance».
Puede resultar habitual que estén un par de semanas sin querer salir de casa, pero, pasado ese tiempo, De Cruylles considera que la persona tiene que empezar a rehacer poco a poco su vida. «No puede mantenerse encerrada dando vueltas a su dolor. Las emociones existen, pero hay que recomponerse y, si no se es capaz por uno mismo, no hay que tener miedo a pedir ayuda psicológica. Los profesionales podemos aportar apoyo para ayudarles a fomentar su expresión emocional, su rabia, el enfado… También podemos amortiguar el dolor a nivel farmacológico, cuando la situación de los padres es incapacitante».
Una de las fórmulas que recomienda Álava Reyes para afrontar el presente cuando un hijo ya no está es darles un motivo para vivir. ¿Cómo? Pues enfocándose en ayudar al máximo a los otros hijos, si los hay, o a la pareja. «No hay nada más satisfactorio que centrarse en ayudar a los demás. También es conveniente que si los progenitores trabajan, vuelvan en cuanto puedan a su rutina, lo que les ayudará, en una especie de terapia ocupacional, a tener la mente distraída y empezar a llevar su pensamiento a otros asuntos diferentes a su hijo».
Arraigo espiritual
Muchos padres se enfrentan también internamente a su fe religiosa. Algunos se aferran a ella y otros rehúyen por no entender cómo es posible que un niño fallezca. El Padre Ángel, que tres días antes de que apareciera el cuerpo de Gabriel habló con su madre para transmitirle sus palabras de ánimo y esperanza, reconoce que también ha dudado de Dios en algunos momentos: cuando vio niños morir en Haití, al visitar a pequeños hospitalizados… «Cómo no vamos a preguntarnos, ¿pero, Dios mío, por qué? –asegura–. Al mismísimo Papa Francisco, en su visita a Filipinas, unos menores le preguntaron por qué mueren los niños. Les dijo, “no hay contestación. La única respuesta son las lágrimas con las que me lo preguntáis y con las que yo no puedo contestaros”. Hay que ser sinceros –añade el Padre Ángel–. Aún así quiero pensar que si existe un cielo, es de manera muy especial para estos ángeles».
Fases del duelo ante un homicidio infantil
Negación: Es difícil creer lo ocurrido. Reconocer que el asesino ha sido alguien concreto o familiar es inasumible emocionalmente.
Rabia: Enfado, frustración, ira… No hay que negar estas emociones, pero se debe ser consciente de cómo expresarlas.
Culpa: Es fundamental culpar a alguien por la pérdida irremediable y por el cambio que supondrá en nuestras vidas. En los casos de asesinato, no por encontrar al culpable los padres se librarán de la (auto)culpa. «Debí haberle protegido», «y si le hubiera»… Son auto-reproches frecuentes y se debe redirigir la culpa a los auténticos causantes.
Dudas: Los duelos en casos en los que no aparece el cadáver son muy sensibles. La causa de la muerte y las condiciones (si sufrió o no) son importantes. No encontrar las respuestas perjudican en la superación de la pérdida. A veces, personas bienintencionadas intentan «proteger» a los familiares de la verdad, pero si los padres piden y necesitan información, deben conocerla.
Desesperación: No existe mejor palabra para explicar la muerte traumática de un hijo. Es natural sentirla y debe permitirse su expresión en la medida en que se necesite de un modo sano.
Fuente: María Jesús Álava Reyes, directora del centro de psicología Álava Reyes.
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