Buenas noticias: por qué es imposible caer en depresión
Tener o no tener: Ahí está el problema
No tenemos que temer que la depresión se desarrolle como si fuera una infección porque no es un estado cualitativo distinto ni una enfermedad que se contraiga ni una alteración fisiológica emergente.
Uno de los mayores temores de alguien que está pasando por una etapa difícil es acabar cayendo en depresión, en ese pozo de tristeza e inactividad que supondrá una alteración vital.
De igual forma, cuando alguien tiene momentos de angustia o de ansiedad, estos se agravan ante la posibilidad de que este estado anímico acabe desencadenando una depresión, lo que añadirá un problema mayor al que ya se está padeciendo.
El problema, ¡en este caso la suerte!, es que eso es imposible que ocurra: No tenemos que temer que la depresión se desarrolle como si fuera una infección que se genera si no se limpia una herida o un apagón por no haber estado al día de los pagos porque, al contrario que en estos ejemplos, la depresión no es un estado cualitativo distinto ni una enfermedad que se contraiga ni una alteración fisiológica emergente e independiente del resto.
¿Dónde surge entonces este error conceptual que va mucho más allá de un simple malentendido ya que genera una angustia real y un mal enfoque del tratamiento?
El error, como muchos otros que tienen que ver con los trastornos psicológicos, está en la etiquetación durante el diagnóstico.
Los problemas de una definición
La definición psiquiátrica de la depresión describe un trastorno del ánimo caracterizado por un conjunto de síntomas como la tristeza, el abatimiento, malestar, frustración e incapacidad para disfrutar de las cosas.
La clave de esta definición es la palabra “describe”; el término depresión es usado para definir un conjunto de síntomas. Así, cada vez que se diagnostica a una persona en consulta, en vez de enumerar uno a uno sus síntomas, si tiene varios de ellos (dependiendo del criterio diagnóstico) decimos simplemente que “tiene depresión” y ya la comunidad médica entiende de manera rápida y global qué es lo que le está pasando a la persona.
Esto entraña varios problemas.
El primero es que englobamos bajo el mismo diagnóstico a un grupo de gente con perfiles, síntomas, orígenes y pronósticos muy distintos. De ahí que se haga necesario añadir a la etiqueta otros calificativos como “leve”, “mixto”, “no especificado” etc, que sigue sin cuadrar del todo a cada persona y además dificulta el entendimiento de lo que nos ocurre.
Además, pese a los esfuerzos de los manuales de psiquiatría, sigue siendo muy subjetivo el determinar si se “tiene o no depresión”. Recordemos que no existe un análisis de sangre o escáner que determine alteración alguna. El profesional que nos atienda basará todo el diagnóstico en lo que nosotros le contemos en un momento dado, según nuestra propia subjetividad.
Pero, sin duda, el mayor problema es que el decir que “se tiene depresión” acaba dotándolo de entidad, como si fuera un factor externo, un virus, un algo independiente de nuestro sistema que explicara el por qué estamos mal. Empezamos diciendo que decimos que tiene depresión alguien que está triste e inactivo y acabamos diciendo que está triste e inactivo porque tiene depresión. ¡Sustituyendo la definición es como si dijéramos que alguien que está triste e inactivo lo está porque está triste e inactivo!. Esta auténtica perogrullada no ayuda en nada a la comprensión del problema y menos aún en su correcto tratamiento.
Empezamos diciendo que tiene depresión a alguien que está triste e inactivo y acabamos diciendo que está triste e inactivo porque tiene depresión
¿Cuáles son por tanto las causas de los síntomas?
Otro error conceptual que parece respaldar la idea de la depresión como si fuera un agente patógeno invasor es el hecho incontestable de que se registra una disminución de los niveles de un neurotransmisor llamado serotonina en las personas con el ánimo bajo. Pero se ha comprobado que pensar en una peli triste, dejar de hacer las cosas que me gustan o sufrir un contratiempo disminuye también estos niveles, así que lo que existe es una correlación entre la serotonina y el estado de ánimo deprimido y no necesariamente una relación causa-efecto. De hecho, son muy poco frecuentes las enfermedades o accidentes que alteren la creación de serotonina y puedan de manera aislada explicar ese estado anímico.
Precisamente para poder entender las causas y establecer un buen tratamiento de los síntomas debemos analizarlos y estudiarlos por separado y en relación a la historia clínica de cada paciente, que es justo lo contrario de poner una etiqueta global.
Una persona puede tener un único síntoma de los muchos que describe la depresión, y por tanto no entrar en este diagnóstico, y, sin embargo, estar limitando totalmente su vida.
Otra puede contar en un momento concreto de su vida a un profesional cómo se siente y encajar perfectamente bajo la etiqueta y a la semana siguiente contarlo de otra manera o incluso no presentar algunos de esos síntomas y ya no tener ese cuadro de depresión.
Alguien puede tener los recursos y herramientas personales suficientes como para poder afrontar el problema de manera proactiva y rápida y otro puede estar en una situación que le desborda y sentirse incomprendido y frustrado si no existe un término que le describa lo que le está pasando.
La solución para todo ello es una evaluación personal y exhaustiva y un análisis que relacione todos los síntomas y conductas del paciente.
Así veremos si la respuesta emocional de tristeza se debe a que la persona está interpretando el mundo de manera negativa y deberemos trabajar con técnicas que modifiquen esos pensamientos, o es producto de la pérdida de actividades placenteras que antes le llenaban y por tanto tenemos que elaborar un programa de reforzadores para volver a tener una rutina gratificante. Usaremos técnicas de tomas de decisiones si la persona está bloqueada porque no sabe qué camino tomar en un momento crítico o descubriremos si existe alguna situación o persona que esté amargando al paciente y en consecuencia deberá aprender a afrontarla o apartarla de su vida.
Decir que la depresión no puede ser una etiqueta explicativa y que no es un estado independiente en el que se pueda “caer” o se pueda “desarrollar” no es quitar importancia a un problema tan serio como es el presentar tristeza, angustia, inactividad, insatisfacción… Cualquiera de ellos es incompatible con el anhelo de todo ser humano que es la felicidad. Y sólo por eso no debemos contentarnos sólo con ser etiquetados. El haber encontrado una nomenclatura que nos permite entendernos con los médicos y sentirnos entendidos en la sociedad ha sido un indudable logro. Pero no podemos quedarnos ahí; en nuestra lucha por mejorar la calidad de vida de las personas debemos saber explicar la depresión desde una perspectiva científica para poder abordar su tratamiento de una manera individual, específica y mucho más efectiva.