Gracias Alfred. Gracias Pastora. Gracias Joaquín. #GraciasOT.
María Sopeña Font.
Madrid.
Alfred cantó ayer. Y vaya si cantó. Después de la gala de la semana pasada, todos los ojos estaban puestos en el concursante y en su valoración por parte del jurado.
Soy psicóloga y veo OT. Es más, me encanta OT. Me encanta porque veo a 16 chicos (ahora quedan 6) que se alejan diametral y deliberadamente de los estereotipos que la sociedad tiene sobre ellos. Amaia cursa el grado superior de piano, toca la guitarra, el ukelele y la batería y es capaz de versionar el Zorongo Gitano mientras toca Rumores de la Caleta de Albéniz ajustando los tiempos y los acordes. Cepeda es diseñador industrial y trabaja en una ONG. También toca la guitarra y aprendió por su cuenta. Roi estudió un grado superior de sonido para poder producir y editar su propia música y videos de covers. A sus 23 años ya hace bastantes que trabaja en una de las orquestas más importantes de Galicia donde canta y toca la guitarra. Alfred toca el trombón, el piano, la guitarra y ha compuesto 18 temas dentro de la Academia, uno de los cuales ya tiene sus propias versiones. Además estudia Comunicación Audiovisual en la universidad, cursa un grado superior de música y va a clases de jazz en una escuela privada. Y así hasta 16. Nos caerán mejor o peor, cada uno tiene su público, pero que no tienen nada que ver con la generación Ni-Ni o con los viceversos es un hecho.
Gracias a OT, y gracias a TVE, podemos asomarnos a las vidas de unos jóvenes con los que es fácil identificarse. Unos jóvenes que conviven y no compiten, que comparten y se responsabilizan, que se ayudan…unos chicos de esos con los que se puede contar.
Pero OT no nos ha abierto una ventana sólo a eso. Gala tras gala, el programa de Gestmusic ha continuado regalándonos el “más difícil todavía”, realizando un maravilloso ejercicio de normalización de temas como la sexualidad, el feminsimo, la diversidad, la belleza real, el bullying o la inmigración en horario de máxima audiencia y en una cadena pública.
El pasado día 8 de enero, durante la Gala 10, Alfred sufrió un ataque de ansiedad. «Aunque te cueste la puta vida, vas y lo haces» fue el consejo del médico, o del psicólogo que le trató en el momento. Y estemos más o menos de acuerdo con ese consejo, Alfred salió y cantó. También salió nominado y las redes se volcaron contra un jurado que le preguntó con muy poca puntería si “estaba malito”.
Ya sabemos que el jurado no lo sabía, nos lo contó el mismo presentador en sus redes sociales. Pero no, Alfred no estaba malito. Alfred tuvo un ataque de ansiedad y como tal debería tratarse. “Está cansado”, “está indispuesto”, son eufemismos que relativizan una situación que es real y no hacen sino contribuir al oscurantismo que rodea todo lo que tiene que ver con la Psicología.
Porque parece que la gente que va a terapia está en un programa de protección de testigos. Muchos de los pacientes no lo cuentan, ni a sus familiares. Por vergüenza. Por ser señalados como más débiles. Por culpa. Porque parece que ellos se lo han buscado por tomar decisiones equivocadas. Por cualquier motivo. Pero no lo cuentan. Las redes sociales de los gabinetes psicológicos son páramos yermos donde no encontramos interacción ninguna con el público. ¿Por qué?. Porque, por más que los psicólogos nos empeñemos en decir lo contrario, en 2018 ir al psicólogo sigue siendo cosa de otros. No ya de locos, como antaño, sino cosa de débiles, de gente que no puede resolver los problemas por sí mismo. Pues eso, de otros.
Alfred es un valiente. Alfred salió, cantó, aguantó, se salvó, y al día siguiente explicó con la mayor naturalidad que había sufrido un ataque de ansiedad. Y eso es mucho más importante de lo que nos pensamos, y por eso le dedicamos tantísimo tiempo en blogs generalistas o especializados. Porque muchos jóvenes (y no tan jóvenes) han estado donde está Alfred. Alfred no está solo. Para nada. El estrés y la ansiedad causan el 30% de las bajas laborales en España. Una de cada 3.
Alfred no está solo. Lo repito. Alfred es un ejemplo de su generación. Para lo bueno y para lo malo. Una generación, como veíamos, cada vez más sensible, comprometida y preparada (mucho más de lo que nos pensamos), pero una generación al límite. Al límite de conseguirlo todo, al límite de conseguirlo ya. Una generación obsesionada por un éxito que nunca llegará del modo en que se imaginan. Una generación que no se acaba de dar cuenta que somos finitos en un mundo infinito; que nunca habrá suficientes likes, suficientes canciones, suficientes seguidores, ni todo estará suficientemente bien. Una generación que fracasará antes de morir de éxito. Una generación muy vulnerable.
Muchos pensarán que la generación de Alfred no ha picado piedra en su vida y en el fondo son unos flojos; que los millenials (a pronunciar entornando los ojos) no saben lo que es trabajar de verdad, ni esforzarse. Y que los mayores sí que han pasado cosas que podrían justificar problemas de ansiedad y no se quejan. Mónica Naranjo y su ya icónico “y no lloré, Aitana, y no lloré” son el ejemplo gráfico de toda una, otra, generación.
Y puede ser así, o no, pero nuestros jóvenes están muy expuestos, sobreexpuestos, a la ansiedad. Más de lo que nos pensamos. Y exigirles que sean fuertes no servirá. Aunque se lo pidamos a voces. No servirá porque, entre otras cosas, nos hemos dedicado a sobreprotegerles. A veces nos parecemos a esas madres que cogiendo por el brazo a sus hijos, y entre gritos, les piden que se calmen. No concuerda lo que decimos con lo que hacemos.
Pero Alfred no ha sido el primero. En 2014 Joaquín Sabina y Pastora Soler pasaron por episodios similares. Aunque Pastora lo ha comentado, y afrontado, varias veces en distintos medios, Joaquín finalmente lo desmintió, alegando que se encontraba mal del estómago. Quizá le tocó representar la otra cara de la moneda. La que no quiere ver. O quizá fuera cierto. Nos quedamos en la anécdota. Quizá muchos no están preparados para mirar, para ver, para hablar..o para sentir. Quizá la sociedad no estaba preparada. ¿Quién sabe?.
Alfred cantó ayer. Y vaya si cantó. Después de la gala de la semana pasada, todos los ojos (y teclas) estaban puestos en el concursante y en su valoración por parte del jurado. Ayer finalmente nadie hizo mención al tema. Nadie habló. Ni en las redes, ni en la gala. Nadie. No era el momento. Alfred merecía cantar sin que le apuntaran con el dedo buscando más allá de su actuación. Y cantó. Y una vez que salió, nadie se acordó de su ataque de ansiedad. Porque Alfred no es un ataque de ansiedad, ni dos, ni tres, ni es cualquier otra cosa que le pueda pasar o problema que pueda tener. Podemos hablarlo, podemos nombralo, podemos visbilizarlo, podemos tratarlo y podemos no etiquetar para siempre a la persona. Y esto parece ser que lo hemos aprendido, y lo hemos aprendido bien.
Ahora no hay excusa, ha llegado el momento. El momento de quitar los estigmas, de normalizar y de buscar ayuda. El momento de hablar del tema y de saber de qué hablamos cuando lo hacemos. De poner nombres, no etiquetas. Porque cuando te dueles tú, también es importante.
Decía al principio que soy psicóloga y veo OT. Ése sería un buen tema para otro día. Hablar sobre las cosas que nos pueden o no gustar a los psicólogos y las cosas sobre las que podemos o no hablar…sobre cómo nos ven y cómo nos presentamos.. Quizá ahí esté también parte del problema. Pienso.
Gracias Alfred. Gracias Pastora. Gracias Joaquín.