“En el fondo soy muy tímido” y otras afirmaciones absurdas sobre la personalidad (I), colaboración de David Pulido para El Confidencial

Cuántas veces habremos oído frases del tipo: «Yo es que


en el fondo soy muy tímido» o «yo soy buena gente pero es que saco mi lado borde», sin que nos hayamos percatado del

enorme absurdo que encierran este tipo de autodefiniciones

? ¿Qué quieren decir? ¿Que existe una especie de doble fondo dentro de cada uno de nosotros donde guardamos determinadas formas de ser, como si tuviéramos una doble personalidad? ¿O que somos de esa manera pero lo ocultamos por insospechadas razones a la vista de los otros, como si tuviéramos una identidad secreta?


Lo que el lenguaje coloquial refleja es una

errónea concepción del ser humano desde el punto de vista de la psicología científica,

donde el comportamiento se presenta como una dualidad «interior/exterior» y del que parten muchos sesgos a la hora de entender el origen de los problemas psicológicos y cómo funcionamos las personas. Décadas de estudios científicos nos obligan a reformular muchos de los conceptos psicológicos que aún perduran en la cultura popular, pero en lo que a la personalidad se refiere, baste decir que somos lo que hacemos.


Simple y llanamente.


Si suelo conversar en las fiestas con todo el mundo y no tengo problemas en coger el turno de palabra, seré una persona extrovertida y si cada vez que hablo lo hago de una manera cortante que provoca rechazo en los otros, seré un borde. Evidentemente,

ninguna conducta se da de la misma manera en todas las situaciones y ésta puede admitir variaciones.

Puedo sentirme inseguro y torpe cuando hablo para una gran audiencia y en cambio ser capaz de mantener una charla muy agradable en un grupo pequeño. Razón de más para no tratar de definirnos usando etiquetas internas y estables que no admiten la variabilidad de los comportamientos reales. Somos lo que hacemos y lo que hacemos varía, evoluciona, y depende de factores externos.



Unas atribuciones erróneas


¿Por qué entonces nos empeñamos en ponernos esas etiquetas tratando de definirnos aunque eso contraste con lo que comprobamos día a día? La razón es tan antigua como el hombre y parte de la

necesidad básica de predecir la conducta

, la propia y la de los otros, para amortiguar la incertidumbre y optimizar los resultados de nuestras acciones.






“Somos lo que hacemos y lo que hacemos varía, evoluciona, y depende de factores externos”





Quiero saber qué tipo de cita aceptará mi vecina o si debería echarle la bronca a mi cuñado. Y si no tengo suficientes datos, trato de adivinarlo atribuyéndoles etiquetas y esperando que se comporten de esa manera. Esas etiquetas provienen de distintas clasificaciones construidas a lo largo de la historia del hombre. Pienso que si mi vecina es Piscis en el horóscopo, debería decírselo con flores, o que si mi cuñado es un «1» en el eneagrama debería evitar una confrontación. A día de hoy

ninguna de estas clasificaciones presenta evidencias empíricas

que las avalen ante la comunidad científica


y, sin embargo, tienen un éxito arrollador ante las personas ávidas de clasificarse cuando son sustentadas por una industria que mueve millones de euros.


También nos equivocaremos en el resultado si se sustituyen esas etiquetas por variables de personalidad clásicas y establezco que mi vecina «es romántica» y mi cuñado «es irascible». La llamada «personalidad», a la luz de los últimos estudios,

es un constructo, si no ficticio, al menos muy limitado

en la predicción de la conducta. Averiguaremos mejor si un alumno va a levantar la mano en clase si analizamos cuánta gente hay en el aula, cómo ha respondido en el pasado dicho alumno y qué tipo de reacciones suele tener el profesor ante una respuesta errónea y otra acertada, que si realizamos un test y clasificamos a la clase en función de su «extroversión».

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